En dos semanas será mi cumpleaños número ocho. Llevo meses planeando mi fiesta y dejándole pistas a mis papás del regalo que quiero.
– Mamá, papá, ¿escuchan eso? –dije mientras me llevo una cucharada de cereal a la boca.
– Yo no escucho nada, mi amor –dijo mamá.
– Lo único que escucho es la mosca que acaba de entrar por la ventana –dijo papá sonriendo, él sabe que mamá les tiene asco.
– Creo que el vecino de al lado compró un perro –dije sin mirarlos, actuando como si nada.
– Ah, ¿sí? Pobre vecino y pobres nosotros, que escucharemos ladrar todo el tiempo a ese animalito –dijo angustiado papá.
– Esa no es una buena noticia, mi amor. Los perros necesitan muchos cuidados y hay personas que no son buenas cuidando de otros –intervino mamá.
– Tu mamá tiene razón, hijo, es importante ser responsable. Además, el vecino es un hombre muy ocupado, he visto que llega muy tarde en la noche –terminé mi cereal justo cuando papá exponía su punto.
Los días pasaban y yo me las ingeniaba para encontrar una nueva forma de convencer a mis papás de que quería un perro.
– ¡Mamá, papá, están estrenando ‘Superdog’ en cines! –segundo intento.
– ¡Mamá, papá, hay un desfile de razas caninas en el colegio! –tercer intento.
– ¡Mamá, papá, hoy un perro me salvó de que me robaran! –cuarto intento.
El día de mi cumpleaños llegó y todos los amigos que había invitado llegaron. Mi familia hablaba de trabajo, de política, del aumento de la canasta familiar y no sé qué cosas más.
– ¡Sebas, es hora de pedir el deseo! –gritó mamá desde la mesa.
Era el momento de soplar las velas y cerrar el trato con mis papás.
– ¡Que pida el deseo, que pida el deseo! –cantaban en coro mis amigos.
Inflé mis pulmones, cerré los ojos y soplé las velas como si no me quisiera quedar con una sola gota de aire.
– ¡Quiero un perro, quiero un perro, quiero un perro! –deseé.
Cuando abrí los ojos, me di cuenta que había logrado arrancar algo de crema y salpicar a Carolina, una amiga del colegio. Ella sonrió y me pasó esa misma crema por la cara.
Al día siguiente me levanté muy temprano para ver mis regalos. No estaba el de mis papás. Ding, dong, sonó el timbre.
– Voy yo, mamá.
Abrí la puerta y vi el paquete mediano en el piso. ¡Ese debía ser mi perro! Lo levanté y corrí con él hasta la sala.
– Está un poco pesado, mamá – dije mientras ella se acercaba a revisar el paquete.
– Está bien, hijo, puedes abrirlo.
Me tardé en abrirlo para disfrutar la sorpresa, y vaya sorpresa la que me llevé.
– ¿Una alcancía de cerdito, mamá?
– ¿No querías un perro, mi amor? La alcancía te sirve para ahorrar y comprarle más tarde el alimento, la cama, los juguetes, el collar y todo lo que quieras darle al perro que adoptes.
Papá tenía una sonrisa de oreja a oreja.
– Por cierto, Sebas, resulta que el vecino sí tiene un perro, acaba de hacer popó en la puerta. Puedes ir a limpiar y así vas practicando.
Moraleja:
Es importante aprender que el ahorro es una forma responsable de planear y organizar nuestro dinero. En esta historia Sebastián quiere un perro como regalo de cumpleaños, pero sus padres le dan una lección sobre responsabilidad, decisión y paciencia, valores que necesitará para incluir el ahorro en su vida.
“Recuerda que la mejor forma de brindarle a tus hijos bases financieras para el futuro, es incentivándolos desde pequeños a entender los conceptos básicos de las Finanzas Personales”.
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